01 julio, 2010

Para

Mientras tus ojos buscaban en el azar,
Evité, de todas formas, al destino.
Largamente esquivé sus senderos luminosos.
Insistía tozudamente en no ceder.
Sólo bastó que me vieras.
Sólo que me hablaras.
Aquí estoy ahora, rendido ante tu mirada.


Un círculo de rocas que se observan en silencio, deleitándose con la suave brisa que nubla una tibia mañana de Mayo. Suave cantar de pájaros olvidados y un hombre que camina lento. Lento, muy lento. No, más lento. Abrigo largo, la cara levemente tapada con un raído sombrero. Un abrigo largo del color de sus ojos. Las manos le tiemblan levemente mientras el cigarrillo se acerca compulsivamente a su boca. Los labios partidos se regocijan al tacto del ya conocido cáncer sublime, lo besan y vuelven los ojos a las rocas. Tan simplemente solas, tan vacíamente solas, tan necesariamente solas, tan inevitablemente solas. El mismo camino de ya más de quinientas noches, incontables fracasos e insufribles llantos. No, llantos no. Digamos, mejor, leves dolores. Sí, más adecuado para la situación. Leves dolores que se contraen y fermentan lentamente con el pasar de los días. Y solos, para qué más, solos como las rocas, solos. Solo. Simplemente solo. Será que el devenir va a jugar por más tiempo al misterio o esta letanía se prolongará como suave elegía, como recuerdos y más recuerdos. Será quizás que sobrevivirá con labios robados o recuerdos rotos, quizás lágrimas desechadas o más cuentos vacíos, a ellas, a amores, a sentimientos y a vicios que se visten de seda con esbeltas figuras confusas, pero divertidas. Será quizás que la sombra, ese velo, ese fantasma seguirá penando a posteriori y jahrenlang. Mierda. El bulto se movía rápidamente, buscando, buscando, buscando, pero no logró encontrar nada. La cajetilla estaba vacía. No, quedaba uno. Menos mal, el encendedor y las pupilas nuevamente tranquilas mirando la danzarina llama. Sí, ese maldito fantasma. Igual que esas rocas, frías ante la inmensidad verdosa y aparentemente feliz. Todos felices, todos al unísono, todos caminando, todos riendo y aprovechando del parque de ellos. Por la puta, dolor de mierda y al final siempre es lo mismo. No más, nunca más. Moribundo vuela el cigarrillo para depositarse en lo profundo de la seudo pileta. Al menos tiene agua.
No, no un hombre. Un hombre y una mujer. Una curiosa sonrisa, profundos cafés atrapados en la risa y melodía tranquilizante profiriéndose de suaves, armonizantes labios. Alocado pelo de alocado carácter que se tiñe de moño, a pesar de elevarse libre y juguetón. Las rocas se miran, están siempre juntas. No, si es en serio, están mirándose, mira. Cada roca se mira a su símil desde su opuesto, además, si te fijas, cada una está de frente y son como raras. ¡Sí, verdad! Casi hecho a la medida. Como tú y yo, cariño. Se te quedó pegada parece. Si sé que sólo a mí, tonta. Me carga cuando me dices así. Si sabes que te amo. Mira, el árbol. Sí, pero ya no es tan mío. Antes, cuando venía sola, me encantaba. Era como si fuera parte de mí, como si hubiera podido saber que iba a estar aquí. El camino inmediato y necesario de cada día, aunque insisto que está lleno de flaytes. Risas estúpidas, abrazos melosos, miradas egoístas. Ella toma el papel de sus manos y lo lanza lejos. Se miran, se miran y se besan. Vuela por los aires lentamente, planeando desde lo alto del abismo. Ella lo arrastra hasta la habitación. No. No un hombre y una mujer. Una mujer pegándole a un hombre y escupiéndole el cigarrillo en el piso. No, mejor una mujer. Sí, una mujer. Que escribe una historia sobre un hombre que escribe que hay un hombre. No, un hombre y un parque. Amor, te estaba esperando. Qué bueno que llegaste, no aguantaba más ¿Vamos? Obvio, si te amo.
Un hombre desnudo ante la mirada de ella.

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